Cuando llegué al galope, Crisanto estaba tranquilo, sentado sobre un takurú. Cuchuí lo contemplaba sin atreverse a romper su silencio. Manchado de sombras, miraba distraído crecer la noche a su alrededor, atado alo invisible, de nuevo aplastado por esa helada resignación, en medio dela infinita paz que lo rodeaba. El olor dela pólvora era allí el único rastro de su extinguido furor.
Cuando llegué al galope, Crisanto estaba tranquilo, sentado sobre un takurú. Cuchuí lo contemplaba sin atreverse a romper su silencio. Manchado de sombras, miraba distraído crecer la noche a su alrededor, atado alo invisible, de nuevo aplastado por esa helada resignación, en medio dela infinita paz que lo rodeaba. El olor dela pólvora era allí el único rastro de su extinguido furor.